martes, 31 de marzo de 2009

EL RETORNO


Hace mucho que no escribo en las páginas de este espacio, y como siempre es bueno retomar las buenas costumbres, aquí estoy de nuevo. Quizá no me quede ningún lector, quizá mis palabras naveguen sin rumbo y sin destino por las ondas, quizá sea yo el único que disfrute de ellas mientras las creo. Pero con eso me basta. Si alguien me lee, mejor. Pero si no... escribir es siempre un ejercicio enriquecedor, una práctica creativa que hace crecer al que la practica. Por tanto, aquí estoy de nuevo y espero no volver a marcharme, al menos durante un tiempo largo.
De octubre, si mal no recuerdo, es la última entrada de este blog. Y si la memoria no me falla, aquel mes fuimos perseguidos por vacas salvajes en las cercanías del río Ermito, cerca del famoso Hayedo de Montejo. Pudimos disfrutar también de bellos paisajes otoñales, del frescor del campo, del rumor de las hojas de los árboles agitadas por la brisa del otoño.
Después hicimos más excursiones, pisamos la nieve y nos revolcamos por ella. Hubo incluso quien estuvo a punto de quedar atrapado para siempre en las inmediaciones de la Bola del Mundo. Gracias a Dios, los equipos de rescate de Cumbres y Senderos funcionaron a la perfección y pudieron sacar a Emilio del entuerto en el que el blanco elemento quiso envolverle. Y, meses después, sigue con nosotros, a Dios gracias.
Aquello sucedió en diciembre, justo antes de que nos pusiéramos las botas y confraternizáramos todos juntos en un restaurante de Rascafría, celebrando la llegada de la Navidad.
Enero y febrero fueron meses de sequía. No fue posible salir al monte. Demasiados eventos, demasiados compromisos, demasiado ajetreo. Pero por fin en marzo las aguas volvieron a su cauce. Y ya terminando el mes nos fuimos a explorar las inmediaciones del Pontón de la Oliva, presa situada en la Comunidad de Madrid pero muy próxima ya a Guadalajara. Su construcción empezó a gestarse en 1848, bajo el reinado de Isabel II y con Bravo Murillo como ministro de Comercio, Instrucción, y Obras Públicas, pero no fue hasta 1851 cuando se puso su primera piedra. Y tras varios años de penosos trabajos, en los que participaron, entre otros, unos 1500 presos de las guerras carlistas, la presa fue inaugurada en 1858, diez años después del inicio del proyecto. Hoy está en desuso, aunque sigue en pie y forma parte del patrimonio histórico de la sierra de Ayllón. Sus alrededores se ven "invadidos" todos los fines de semana por escaladores, espeleólogos que van a visitar las míticas cuevas del Reguerillo, y, por supuesto, excursionistas dispuestos a enfrentarse con la aridez del terreno pero también con maravillosos tesoros que la Naturaleza siempre está dispuesta a ofrecer al que ose afrontarla con respeto.
Esta vez fuimos 26 personas las que nos pusimos rumbo a las cárcavas (interesante y espectacular formación geológica que data del terciario, período durante el cual tuvo lugar una fuerte erosión que dio lugar a estas caprichosas formas del terreno) , desde la ya mencionada presa.
Para deleitarnos con su vista tuvimos que afrontar un duro ascenso, y he de destacar la gallardía con la que todos llegaron al final del terrorífico repecho. El esfuerzo tuvo su recompensa, y los que allí estuvieron pueden dar fe de ello. Las cárcavas son una maravilla geológica que merece la pena contemplar de cerca. Y eso hicimos, durante un rato que también aprovechamos para descansar, hacer fotos, y, como no, decidir con el mapa y la brújula a dónde se iban a dirigir a continuación nuestros pasos.
Y se dirigieron hacia el Norte, con el sol casi a nuestra espaldas hasta que pronto empezamos a divisar el pueblo alcarreño de Valdepeñas de la sierra. A la vera del camino, escondidos entre las jaras, los jabalíes espiaban el transcuro de nuestra marcha, atentas especialmente las hembras que custodiaban a sus jabatos, dispuestas a lo que hiciera falta con tal de defenderlos.
Y por encima de nosotros densos y negros nubarrones empezaban a anunciarnos lo que más tarde llegaría. El olor a tierra mojada (producido por las geosminas, sustancias químicas producidas a su vez por bacterias del género Streptomyces) y alguna que otra gota aislada que de vez en cuando caía daban más veracidad si cabe a las amenazas del cielo.
Pero, dejando a un lado el pueblo de Valdepeñas, logramos llegar, sin mojarnos, a la vecina localidad de Alpedrete de la sierra, bellísimo lugar donde el tiempo parecía que se hubiera detenido. Por sus calles se respiraban la tranquilidad y el sosiego propios de otro tiempo, que el urbanita empecinado en no salir de su cubil nunca podrá llegar a disfrutar.
Y continuamos nuestra marcha, en busca de una pradera donde aposentarnos para disfrutar de unas reparadoras viandas. Pronto dimos con el enclave apropiado para ello. Pero el descanso duró poco. Las nubes que nos habían perseguido durante todo el camino decidieron romper su tregua en el momento más inesperado, obligándonos a recoger rápidamente y ponernos de nuevo en marcha a fin de evitar tener que volver en canoa.
El camino que nos llevó de nuevo a nuestro punto de partida fue si cabe más agradable, más bello y más espectacular que el de la mañana. Por encima del río Lozoya, caminando bajo el agua que caía del cielo, disfrutamos de hermosísimos paisajes difíciles de describir con palabras. Paisajes que no sólo deleitan la vista sino que además enriquecen el espíritu, enamoran el alma, engrandecen a quien con inocente admiración los contempla.
Al llegar de nuevo al Pontón tomamos los coches y nos dirigimos a Patones, donde difrutamos, a buen resguardo del frío que ya penetraba hasta los huesos, de un buen refrigerio.
En definitiva, un día perfecto lleno de contrastes, de buenas sensaciones, de amistad, de camaradería, de campo y aire puro, de fuerzas nuevas para afrontar una semana más en la inhóspita ciudad de Madrid.
Aprovecho, antes de terminar, para anunciar ya la próxima salida: Dios mediante, el domingo 19 de abril nos pondremos de nuevo en marcha en busca de nuevas aventuras.

1 comentario:

Gloria dijo...
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