lunes, 22 de octubre de 2007

DÍA DE CAZA Y FRUTOS








Habíamos quedado a las 9.30 en Plaza de Castilla. La gente fue apareciendo poco a poco, y hacia las 10, un poco después quizá, nos fuimos hacia Somosierra. Un sol espléndido, ni una nube en lo alto, y una temperatura realmente agradable, fueron nuestros compañeros de viaje durante todo el día.




Algo después de las once estábamos ya todos reunidos, 14 excursionistas y un simpático York Shire, en el puerto de Somosierra, puerto que delimita las provincias de Madrid y Segovia, y que fue escenario de una de las batallas de la Guerra de la Independencia. Allí, el 30 de noviembre de 1808, el ejército español, a cuyo mando estaba el general San Juan, con una fuerte defensa de artillería compuesta por cuatro baterías de cuatro cañones cada una, frenaba el paso al ejército del todopoderoso Napoleón. Las bajas en la infantería francesa empezaban a ser numerosas y no había forma de romper la muralla española. Fue entonces cuando el Emperador decidió mandar a su escolta de jinetes polacos, unos 120, liderados por Jan Kozietulski. Estos se lanzaron ferozmente contra los españoles y se fueron abriendo paso entre la niebla por un camino ascendente de fuerte pendiente. Causaron baja dos tercios de la caballería polaca, pero lograron vencer la resistencia española y abrir paso al ejército francés. Allí mísmo el Emperador impuso al oficial polaco al mando de la caballería la Orden de la Legión de Honor. Esta batalla es recordada por un par de placas, una en honor al valeroso ejército polaco, y otra en memoria de los caídos en combate, que pueden verse en la ermita levantada en el lugar donde tuvieron lugar los hechos.




Pues bien, en ese mismo lugar a punto estuvo de librarse otra batalla, de la cual sin duda habríamos salido muy mal parados, si no nos llegan a avisar los lugareños de que por donde pensábamos pasear, esa misma mañana estaba teniendo lugar una montería. Así que, prudentemente, decidimos cambiar de planes sobre la marcha, y poner rumbo a Sepúlveda. Nos quedamos sin abedules, mostajos, avellanos, serbales... Pero a cambio, en la citada localidad segoviana nos esperaba el río Duratón, con sus hoces, sus buitres leonados (Gyps fulvus) sobrevolándolo a baja altura y su vegetación de ribera ya otoñando (alisos y chopos fundamentalmente), proporcionándonos un ideal escenario para caminar. Lo que hicimos hasta más o menos las tres de la tarde, hora en la que por fin, con los estómagos ya quejumbrosos, nos detuvimos a comer. Suculentas viandas, agradable conversación, y, cómo no, alguna que otra siestecita.




Ya repuestas nuestras fuerzas reiniciamos la marcha, de vuelta al aparcamiento, tras desechar la idea de continuar hasta la ermita de San Frutos. A cambio se sugirió, y así fue aceptado por todos, volver a los coches y desde allí dirigirnos montados en ellos a dicha ermita. Así lo hicimos.




En nuestro camino de vuelta el sol de la tarde nos proporcionaba una luz maravillosa, que al colarse entre las amarillentas hojas de los chopos nos regalaba estampas idílicas, dignas de la que quizá sea la más bella estación del año.




Ya en el aparcamiento algunos decidieron marchar a Madrid, donde ineludibles quehaceres les esperaban. El resto nos fuimos a la ermita de San Frutos, patrón de Segovia. Allí pudimos disfrutar de fantásticas vistas sobre el río y de un atardecer de película. A medida que el sol iba llegando a su ocaso, el cielo se iba tiñendo de rojo en su horizonte, para deleite de todos nosotros. Lástima haber dejado la cámara en el coche.




La jornada terminó en algún bar de Sepúlveda, pero el que suscribe no puede dar cuenta de ello pues tuvo que partir hacia Madrid para atender irrevocables obligaciones. Otra vez será.




En definitiva, un día redondo, y un éxito más de Cumbres y Senderos, grupo formado por todos vosotros que me estáis leyendo.