martes, 27 de mayo de 2008

JARRAS DE HIDROMIEL Y LEMBAS DEL CAMINO


Fue una soleada mañana del mes de abril. En Plaza de Castilla unos esperaban y otros iban llegando. Poco a poco, con cuentagotas. Muchas caras nuevas, siempre bienvenidas —la familia crece— y varias ausencias destacadas entre los ya habituales de CyS.

A eso de las diez de la mañana, quizá incluso algo más tarde, más de media hora por tanto sobre la hora establecida, partimos en varios coches hacia el antiguo reino de Patones. Y hacia las once, con el sol ya en todo lo alto avisando de lo que nos esperaría a lo largo de la jornada, nos fuimos congregando, según íbamos llegando, junto al frontón de Patones de Abajo. Y desde allí comenzamos a caminar, 23 excursionistas —si mal no recuerdo— y Pichi, el ya conocido y aguerrido Yorkshire Terrier de Gloria, rumbo hacia el anteriormente mencionado reino —antiguo reino, allá por los siglos XVII y XVIII, cuando los vecinos de Patones tenían su propio rey, anciano rey que administraba justicia y bajo el cual los patones nunca conocieron la guerra—.

Ya en la subida desde Patones de Abajo se empezaron a notar los efectos del calor, nada comparado con lo que nos esperaba después. Sin embargo, de todos es conocida la bravura de los exploradores de CyS, capaces de afrontar con la mayor gallardía todo tipo de inclemencias, sinsabores del camino y hasta los más inesperados peligros.

Ya en Patones de Arriba, a donde llegamos tras una media hora de camino, pudimos respirar un poco al abrigo de las estechas callejas de aquel pueblo de aspecto medieval con sabor a pizarra y a madera. Pero el respiro duró poco, pues atravesar el pueblecito fue cosa de pocos minutos, y enseguida nos vimos de nuevo expuestos a los rayos de un sol justiciero que azotaba implacable e inmisericordioso a todo bicho viviente que osara desafiarle. Nadie hubiera podido imaginar un mes de mayo como el que después hemos tenido, lluvioso y hasta frío, tras aquellas temperaturas de mitad de abril, impropias a todas luces del mes lluvioso por excelencia, al menos según nos dicta el refrán.




Tras pasar Patones el camino no tardó en estrecharse, por lo que tuvimos que caminar en fila de a uno. Y la mayor parte del tiempo en ascenso, lo cual, unido al calor que apretaba cada vez con más fuerza, hizo para algunos especialmente fatigosa la marcha. Pero por encima de todo, de cualquier dificultad, de cualquier calamidad, el buen ambiente reinaba entre todos, y eso facilitaba las cosas y hacía más amables, o más fáciles de soportar al menos, las condiciones orográficas y hasta las meteorológicas.

Poco a poco fuimos avanzando y pronto nos plantamos frente a nuestro objetivo, el Cancho de la Cabeza. Tan solo quedaba un último esfuerzo, tras el cual nos esperaban suculentas viandas y unas excelentes y espectaculares vistas sobre el embalse del Atazar. Un pequeño bosque de pino negro aliviaría en parte el tramo final hasta la cumbre. Y ya arriba, una ligera brisa, unida a los ya mencionados manjares y al deleite que para nuestros ojos supusieron las maravillosas vistas, hizo que más de uno pensara encontrarse en el mismísimo Edén.




La comida resultó más que agradable y reparadora, especialmente por la camaradería y el buen ambiente que allí se respiraba. Hubo tiempo incluso para disfrutar de una reparadora siesta, que allí, en aquel lugar alejado de la contaminación y el insoportable ruido de Madrid, acariciados nuestros rostros por la brisa y los ahora benignos rayos de sol, resultó particularmente placentera. Tanto, que fue difícil levantarse para continuar la marcha. Pero había que hacerlo, y si bien muchos nos hubiéramos quedado allí horas y horas —incluso hubiéramos plantado tres tiendas—, otros se encargaron de animarnos a mover de nuevo nuestros acomodados traseros.

Así que nos pusimos otra vez en camino, esta vez —salvo los primeros pasos— en bajada. Bajada que para algunos, especialmente al principio, pues ésta era más pronunciada, se convirtió en un auténtico suplico, aquejados de fuertes dolores en sus maltrechas rodillas. Pero como decíamos al principio de esta crónica, no hay verdaderos obstáculos para un montañero de CyS. Todo se supera. Incluso lo imposible. Como decía cierto héroe de nuestro tiempo, "lo que para otros es infierno, para Rambo —para un excursionista de CyS en nuestro caso— es hogar".

Por suerte el descenso no tardó en suavizarse. Y no solo se suavizó, sino que además se animó. A veces incluso de tal manera que incluso surgieron nuevos retos, nuevas emociones, nuevos obstáculos a superar.

Antes de lo esperado nos encontramos con un río, flanqueado fundamentalmente por fresnos, chopos y sauces, que, a pesar de lo seco del día, bajaba con fuerza y abundante caudal. Así que, lo que hasta el momento se estaba desarrollando como una marcha de senderismo, más o menos dura según los tramos, se convirtió de pronto en un plan de multiaventura, con rápidos, cataratas, profundas pozas que atravesar a nado, cenagales inmensos de barro, fango y arenas movedizas donde más de uno a punto estuvo de quedar atrapado, espeluznantes criaturas que esperaban con sus fauces abiertas cualquier tropiezo nuestro... En fin, nada que envidiar a la Compañía portadora del Anillo en las lúgubres tierras de Mordor. El Señor Oscuro nos acechaba con su siniestro ojo. Pero nada hay que se resista a los siempre excelentes ánimos de la Compañía, digo... a los siempre excelentes ánimos del cada vez más numeroso grupo de CyS. Y, con dificultades o sin ellas, la marcha continuó. Y lo hizo hasta llegar de nuevo a Patones, donde heladas jarras de hidromiel y platos repletos de lembas del camino nos esperaban. Incluso alguno creyó ver al cantarín y siempre alegre Tom Bombadil desaparecer tras la esquina de una casa semiderruída.

Y así, tras recuperar en una deliciosa taberna de Patones de Arriba las fuerzas perdidas , acabamos la jornada, una exitosa jornada, una más que sumar al cada vez más extenso repertorio de CyS.

Nuevas aventuras, nuevos retos nos esperan.