martes, 1 de enero de 2008

NIEVE, BUENA COMIDA, VILLANCICOS...


La mañana no era muy fría, pero gruesos nubarrones amenazaban con pasar por agua la excursión de aquel sábado. No obstante, nada más llegar al punto de encuentro para partir hacia la sierra comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Aunque eso, para unos aguerridos montañeros como los de “Cumbres y Senderos” era algo que no merecía la pena ser tenido en cuenta. De todas formas, la lluvia no duró mucho. La jornada prometía.
Poco a poco fueron llegando todos. Caras ya conocidas, y nuevas incorporaciones –¡grandes incorporaciones!- Más o menos a las diez de la mañana pusimos rumbo a Canencia, donde gran cantidad de nieve, caída en las últimas horas, nos esperaba para servirnos de alfombra durante nuestro recorrido. Llegamos hacia las once, el paisaje era idílico. Las ganas por comenzar a andar, irrefrenables. Nos costó un poco aparcar los coches, eso sí. La nieve cubría los arcenes, los aparcamientos, todo. Pero finalmente lo logramos. Y comenzamos la marcha.
Todos íbamos pertrechados con buen material: botas, gorros, guantes, forros polares, anoraks… Todos, menos uno, que prefirió, a pesar de la nieve, caminar descalzo. Al parecer alguien le había dicho que el frío, y especialmente el frío en los pies, era bueno para la circulación. Y se lo tomó al pie de la letra. Lo bueno es que todos participamos, gracias a él, de las anunciadas bondades del frío: sólo con verle andar así se nos ponía la carne de gallina.
La lluvia que al salir de Madrid auguraba una marcha acuosa no volvió a hacer acto de presencia. Sólo la nieve que caía de las ramas de los árboles nos hacía encoger de vez en cuando los hombros con el fin de evitar esa incómoda sensación del agua gélida penetrando entre la ropa y el cuello y deslizándose lentamente por la espalda.
El paseo era realmente agradable. Al principio, por una amplia pista forestal a cuyos lados se extendía un denso bosque de pino silvestre. Hasta que llegamos a la Casa del Hornillo, Centro de Educación Ambiental de la Comunidad de Madrid, donde desviamos nuestros pasos para adentrarnos por un camino más estrecho, también cubierto por pino silvestre, aunque acompañado ya de vez en cuando por algún que otro abedul. Al salir de la pista iniciamos un breve descenso, durante el cual hubo alguna caída que otra, sin mayores consecuencias. Es más, la gran cantidad de nieve invitaba a caerse y rebozarse por el suelo hasta quedar como una croqueta blanca. Más de uno tuvo fuertes tentaciones de hacerlo, pero finalmente todos nos contuvimos, pensando en las consecuencias posteriores. Lo que sí llegó a hacer alguna… pero bueno, eso vendrá más adelante.
Avanzando por el camino ya mencionado fuimos bajando hasta llegar al pie del mirador de la Chorrera. Normalmente aquí se puede presenciar la caída de una cascada, que en invierno suele congelarse. Pero la ausencia de lluvias durante el otoño nos privó de tan bello espectáculo. Así que, tras un breve descanso –más para apreciar el paisaje que para descansar, pues el paseo era suave y tranquilo- continuamos caminando.
Hasta el momento caminábamos sólos, pero entonces nos encontramos a otro excursionista que paseaba con su perro, un precioso y joven Pastor Alemán. Éste era sin duda el que más disfrutaba de la nieve. Se revolcaba, retozaba, escarbaba, corría, iba, venía, metía el hocico en el blanco elemento… Esto último fue lo que provocó la envidia del grupo, especialmente de una de sus componentes, que, ni corta ni perezosa se dejó caer imprimiendo la huella de su rostro en la nieve. Y la verdad es que era apetecible…
Finamente alcanzamos el río –arroyo del Sestil de Maíllo-, junto al cual caminamos hasta llegar a la carretera. Los pinos, sin desaparecer del todo, habían dado paso a agrupaciones de robles melojos, entre los que se colaban algunos acebos y tejos.
Al llegar a la carretera el grupo se dividió. Unos volvieron por ésta, y el resto lo hicimos por campo, desandando nuestros pasos. La vuelta de los que iban por carretera fue rápida, tanto, que al llegar a donde estaban aparcados los coches, como casualmente ninguno de los integrantes de ese subgrupo llevaba llaves, decidieron continuar andando hacia Miraflores, donde nos esperaba una suculenta comida en un agradable restaurante.
Los demás llegamos algo después, tras contemplar acebos de porte extraordinario y superar una subida, de poca pendiente pero constante, que seguramente provocó agujetas en más de uno.
Finalmente partimos nosotros también hacia Miraflores… unos antes que otros. Ya que al que suscribe se le quedó el coche atascado en la nieve y no había forma de sacarlo. Gracias a Dios la ayuda de un buen hombre al que paramos fue suficiente para salir del atolladero.
Y como antes decía, una suculenta comida nos esperaba en Miraflores. El restaurante, acertadamente elegido por alguien que finalmente no pudo estar, por culpa de un fuerte resfriado -¡¡¡gracias por tus gestiones, Almudena!!!- resultó ser un escenario ideal para reponer fuerzas, pero especialmente para confraternizar y dar la bienvenida a la inminente llegada de la Navidad, entre villancicos y buenas y sanas risas.
Fue sin duda un día completo, un éxito rotundo gracias a todos los que asististeis a la excursión. Hasta el camarero participó de nuestra alegría con sus bromas y su amabilidad.
Una vez más –aunque ya lo hice anteriormente no me canso de hacerlo- quiero daros las gracias a todos. Sin vosotros no serían posibles estas excursiones, caracterizadas por atractivos paseos por la montaña o el campo, pero, especialmente, por el ambiente tan sano y agradable que se respira entre nosotros. Llevo muchos años andando por el monte, he subido picos, he bajado valles, he recorrido senderos, cruzado ríos, escalado riscos, vadeado arroyos, descendido cañones, atravesado cuevas… y he disfrutado siempre como un enano. Pero nunca había encontrado un grupo de tanta calidad humana y espiritual como el que todos vosotros formáis. Una vez más, gracias.